Vives atrapada en el perfeccionismo
Si eres de las que intenta hacerlo todo perfecto —en casa, en el trabajo, en tus relaciones— es probable que estés sosteniendo un peso que no te corresponde (y que ni siquiera te hace bien). Vives atrapada en el perfeccionismo, esa jaula dorada donde todo parece estar “bajo control”. Pero tú estás al límite. Tu día a día es una coreografía agotadora entre listas, horarios y autoexigencias. Y por dentro, una voz que no para: “No es suficiente”, “Podría haberlo hecho mejor”, “Si no lo hago yo, no saldrá bien”.
La exigencia se mete en todo: en lo doméstico, en lo profesional, en tu manera de amar y hasta en cómo respiras. El descanso se vuelve un lujo, la espontaneidad un riesgo, y la autenticidad… una rareza.
¿Y tú? Tú sobrevives. Organizada, sí. Impecable, también. Pero lejos, muy lejos, de ti.
La raíz profunda del perfeccionismo
El perfeccionismo no aparece porque sí. Se gesta cuando, sin darnos cuenta, confundimos los medios con los fines. Lo que antes era una herramienta —organizarte, hacer las cosas bien, ser responsable— se convierte en el centro de todo.
Ya no limpias la casa porque eso te relaja: la limpias porque “debe estar perfecta”. Ya no trabajas por pasión, sino por esa necesidad asfixiante de que todo salga impecable. Y si algo se sale del guion… aparece la ansiedad.
En el fondo, empiezas a vivir para hacerlo todo “bien”, sin preguntarte si esa manera de vivir te cuida, te refleja o simplemente te drena.
Esa inversión de prioridades crea rigidez, miedo al error, culpa… y una desconexión cada vez más profunda de lo que eres, de lo que sientes y de lo que en verdad necesitas.
¿Por qué ocurre esto? Las capas que nos alejan de nuestra esencia

Nadie nace perfeccionista. Esta forma de vivir se va construyendo con los años, como una cebolla emocional que vamos envolviendo capa a capa. Desde el vientre materno, en los primeros años de vida, empezamos a adaptarnos: al entorno familiar, a lo que se espera de nosotras, a lo que hace falta para ser vistas, queridas, aceptadas.
En esa adaptación —que es biológica, emocional y simbólica— empezamos a alejarnos de nuestra esencia. Aprendemos a cumplir, a encajar, a complacer. Aprendemos, incluso, a no sentir. Y lo hacemos bien. Tan bien que un día ya no sabemos quiénes somos debajo de tanta estrategia.
El control, el orden, la perfección… que al principio fueron formas de protegernos, de tener un poquito de paz o de validación, acaban automatizándose. Y sin darnos cuenta, lo que antes nos salvaba se convierte en la jaula.
El arte de des-cubrirte: algunos caminos
No es lo mismo descubrir que des-cubrir.
Des-cubrir es quitar lo que sobra. Es aflojar las capas que nos hemos ido poniendo para sobrevivir, adaptarnos o ser aceptadas. Es mirar con compasión —no con juicio— esos mecanismos que hoy nos duelen, pero que un día nos cuidaron.
Des-cubrir tu esencia es aprender a distinguir lo que haces por costumbre, miedo o deber… de lo que nace desde tu verdad.
Y ese matiz lo cambia todo. Porque cuando dejas de esforzarte por demostrar algo, cuando te das permiso para ser tú sin tener que ganarte el puesto, el ruido empieza a apagarse. Y en ese silencio, llega la calma.
Para caminar hacia ahí, hay varios caminos. No perfectos, pero sí poderosos:
- Escucha tu cuerpo
Si vives desde la exigencia, es fácil que te hayas desconectado del cuerpo. Pero él nunca deja de hablar. A veces susurra con un insomnio leve, otras grita con una contractura o un cansancio que no se va. La rigidez, la culpa, la saturación… tienen territorio físico. Pregúntate: ¿dónde las siento? ¿Qué quiere decirme esta tensión?
Tu cuerpo no te sabotea: te informa. - Observa tus pensamientos sin creértelos todos
No todo lo que piensas es cierto. Ese “tengo que”, “debería”, “no puedo fallar” son más eco que verdad. Algunas ideas solo vienen de paso. Empieza a tratarlas como propuestas, no como órdenes. No estás obligada a obedecer. - Practica la compasión contigo misma
No necesitas ser perfecta para ser digna de amor, descanso o reconocimiento. Sólo sé tú. Y eso incluye la duda, el error, la torpeza, la belleza de lo real. Trátate como tratarías a una niña sensible que lo hace con todo su corazón. Hablarte con ternura no te debilita: te sana y te enraíza. - Haz espacio para el silencio
El perfeccionismo vive del ruido y la prisa. El silencio, en cambio, abre una puerta hacia adentro, te permite reconectar con lo que eres, más allá de lo que haces. Puedes meditar, caminar en la naturaleza (sin auriculares) o simplemente quedarte quieta. Ahí, muchas veces, está lo que andabas buscando.
Descubre tu esencia: una guía amorosa para volver a ti
Permíteme mostrarte otro camino.
Descubre tu esencia no es solo un libro: es una invitación a mirar hacia adentro con honestidad y calidez.
Porque sí, nuestra esencia sigue ahí, intacta. Pero está cubierta por capas: creencias heredadas, exigencias culturales, mandatos invisibles. Este libro te acompaña a quitar esas capas, no a la fuerza, sino con amor.
Y lo hace de la mano de las esencias florales del Dr. Bach, unos remedios vibracionales que no “curan” síntomas, pero sí armonizan el terreno emocional. Funcionan como catalizadoras del cambio emocional.
Miedo, rigidez, tristeza, perfeccionismo… Todo eso que te pesa tiene una raíz emocional, sí. Y también una vibración muy concreta. Muy distinta a la vibración del amor, la certeza, la confianza o el entusiasmo. Cuando transformas la emoción, cambia la vibración. Y cuando cambia la vibración, cambia tu manera de estar en el mundo.
En Descubre tu esencia, comparto reflexiones profundas, ejemplos reales y herramientas prácticas para volver a ti. Para dejar de vivir en modo “supervivencia” y empezar, por fin, a florecer.
Estas flores no actúan como medicamentos. Son remedios vibracionales que armonizan emociones como el miedo, la tristeza, el perfeccionismo o la rigidez. Funcionan como aliadas sutiles que nos ayudan a reconocer lo que sentimos y a transformarlo con dulzura.
El libro está lleno de ejemplos reales, herramientas prácticas y reflexiones profundas que nos acompañan en el camino de des-cubrir lo que somos. Nos invita a dejar de sobrevivir y empezar a florecer.
Recapitulando: del perfeccionismo al reencuentro
El perfeccionismo no es solo una manía por el control: es una herida. Y muchas mujeres la llevan tan integrada que ni siquiera se dan cuenta del precio que están pagando por sostenerla. Estrés. Agotamiento. Sensación de no llegar nunca. Desconexión de lo que realmente importa.
Pero todo síntoma es una señal. No una condena, sino una invitación a volver a lo esencial.
Volver a ti.
Porque el problema no es tener herramientas, rutinas u objetivos. El problema es cuando esos medios se convierten en fines y te olvidas de lo que realmente necesitas, sientes o deseas.
La salida no es hacer más, ni hacerlo mejor. Es des-cubrir tu esencia. Quitar capas. Escuchar tu cuerpo. Mirar con honestidad tus mandatos. Volver a vibrar desde lo auténtico.
Descubre tu esencia puede ser una guía luminosa y amorosa. Para soltar la exigencia y recordar quién eres, más allá de lo que haces.