¿Quién no ha sentido alguna vez esa sensación interna de intranquilidad por alcanzar algo o a alguien que se anhela con fuerza?
Luisa se sentía así a diario, pero a diferencia de Nat King Cole, en su caso no era por amor, dijo.
¿Y desde cuándo te sientes así? Le pregunté cuando llegó a mi consulta. La primera respuesta fue que desde hace 2 años.
Bien, entonces ha empezado hace 2 años…
Oh, no! Ya me había sentido así mucho antes, pero no tan intensa como ahora, solo lo normal…
Y para ti ¿qué es “lo normal” Luisa? ¿cuándo fue la primera vez, que tú recuerdes?
Tuvo que pensarlo antes de responder.
Mmmm ¿cuando empecé la universidad? No sabía organizarme y en épocas de exámenes lo pasaba realmente mal.
Luisa, con 52 años hoy, madre de una adolescente, esposa y empresaria, sentía que ya no podía más con esa sensación horrible de angustia permanente y le estaba trastocando todas las áreas de su vida. En su caso, era una ansiedad generalizada que, a primera vista, estaba generada por la multitud de quehaceres diarios, las obligaciones, etc., Lo típico.
¡La primera respuesta de alguien acostumbrado a vivir en esta vorágine es “y qué puedo hacer, así es la vida, no voy a dejar mi trabajo, mi casa y largarme a una isla desierta!”.
Bueno, aunque pueda apetecer, y seguro que por una temporada estaría muy pero que muy bien, hay muchas más soluciones. Para empezar, sólo hay que detenernos, respirar, sentir y estar muy atentos… Y también pedir ayuda, por qué no, que para eso vivimos en sociedad.
Efectivamente la ansiedad de Luisa se había incrementado desde hace 2 años. ¿Y qué ocurrió por aquel entonces, hubo algún cambio, pasó algo…?
Se quedó como privada por un momento y de repente rompió a llorar. Mientras yo le acercaba la caja de kleenex que los acompañantes en descodificación solemos tener a mano, me explicó como pudo “Hace dos años murió mi padre”.
Y antes de dos minutos ya estaba repuesta y se había secado las lágrimas: “Pero ya lo tengo superado, yo no suelo ponerme así, hago una vida normal, soy capaz de tenerlo bajo control ¿ves?” me dijo sonriendo.
Y yo por dentro: cóncholis, ya estamos otra vez con lo de normal…
¿Te refieres Luisa a que te has acostumbrado a controlar, permanentemente, ese dolor para llevarlo ahí dentro todo el rato, sin que se note y eso lo has convertido en lo normal en tu vida?
Ese día trabajamos el duelo de su padre que estaba bloqueado. Una vez que profundizamos con el protocolo y se dio permiso para conectar con lo que sentía por dentro, logró conectar con esa tristeza que llevaba guardando tanto tiempo y lloró. Lloró de verdad, con sentimiento, como si hubiese tenido ahí un gran dique de contención que, de repente, se rompe.
En su momento, ella había creído que retomando cuanto antes todas sus actividades lo estaba superando. Lo que pasa es que si no dejamos un espacio para llorar la pérdida, para reconocer y estar en contacto con ese dolor, hasta que realmente podamos soltar y dejar ir, no podremos empezar a asimilar e integrar la nueva situación.
Si en lugar de expresar lo que realmente estamos sintiendo por dentro, lo que hacemos es retomar nuestra vida como si nada hubiera pasado, no estamos sanando ni superando nada. Eso es barrer bajo la alfombra, esconderse tras una máscara, o como lo quieras llamar, pero superarlo no es.
De hecho, a Luisa para lo que le sirvió fue para entretenerse, mantenerse lo suficientemente distraída y ocupada para no tener ni un minuto para entrar en contacto con ese dolor.
Es frecuente confundir el “no suelo acordarme de eso” o “soy capaz de tenerlo bajo control” con superar o sanar realmente una situación.
Una cosa es que seas capaz de tenerlo “bajo control” durante una reunión de trabajo, cuando haces la compra, o cuando llevas a tus hijos a un cumpleaños. Y otra muy diferente es que pretendas enterrarlo en lo más hondo sin permitirte expresarlo, ni siquiera cuando estás a solas en casa o con familiares o amigos de tu confianza. Hay lugares y momentos para ello.
Luisa se dio cuenta que cuantas más actividades menos tiempo tenía y más ansiedad le generaba. Y atrapada en este círculo vicioso estuvo mucho tiempo sin darse cuenta. ¿Cómo le podía haber pasado esto a ella, una mujer tan racional, tan inteligente?
Ese día se llevó un preparado con Estrella de Belén (para transmutar el dolor), Impatiens (necesidad de que todo vaya veloz) y Agrimonia (para cuando escondemos lo que realmente sentimos).
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Pero esto era sólo como la parte visible del iceberg. Porque la muerte de su padre fue sólo un evento desencadenante que incrementó su ansiedad, no lo que la generó.
En otras sesiones descubrimos algunas vivencias que la marcaron en la infancia y adolescencia, cuando sus padres la comparaban constantemente con su hermana mayor y con sus primas, generándose en ella, inconscientemente, la necesidad de demostrar todo lo que era capaz de hacer y lograr. Eso reafirmó esa tendencia hiperactiva que se había gestado mucho antes. Se dio cuenta que sus ideas giraban en torno a demostrar que podía con todo.
También descubrimos que, con la muerte de su padre, se había camuflado otro evento que, como le daba muchísima vergüenza, lo había temido en silencio durante bastante tiempo, y se incrementaba según se acercaba la fecha: su 50 cumpleaños. Sentía horror sólo con imaginarse entrar en esa década.
Se le heló la sangre cuando trabajando su proyecto sentido, descubrió que su abuela materna (que también se llamaba Luisa) murió con 50 años. Su madre, como refugio a este dolor, busca un trabajo como costurera en una firma donde la jefa las instaba continuamente a darse prisa: ¡productividad, productividad!
Y como enseguida se quedó embarazada de ella, Luisa se pasó buena parte de su gestación nadando en este cóctel emocional del duelo bloqueado y el estrés de la productividad. Ahí se gestó realmente su ansiedad, que era, en realidad, la ansiedad del duelo que su madre no se permitió expresar.
Unos meses después de aquella primera sesión, Luisa era otra. Bueno, en realidad ¡era ella misma por fin! Había hecho grandes descubrimientos de sí misma y de su historia familiar. Se liberó de mucho lastre y sobre todo, se habituó a estar en contacto con su interior, a sentir sus propias sensaciones y a ser coherente con lo que sentía, a respetarse.
Poco a poco fue dejando todas las actividades que realizaba: en realidad iba por inercia, he descubierto una ruta para correr muy bonita y cerca de mi casa, así me muevo y estoy en silencio conmigo, me dijo.
Ahora, además, realizaba en casa algunas horas de su trabajo como empresaria, tiempo que aprovechó para contratar a una asistenta que le ahorrara unas horas de tareas domésticas. “¿Cómo no se me ocurrió antes? Claro, es que ¡¡yo podía con todo!! Jajaja” (ella, que había sido siempre tan seria, empezaba a soltar la carcajada con mucha facilidad).
Estuvo planificando con antelación para poder ausentarse de su empresa todo el mes de diciembre, e irse con su familia a disfrutar de la nieve a los pirineos aragoneses: ¡unas navidades sin prisas, sin compras, sin agobios!. Era un viaje con el que soñaba desde adolescente, que en los últimos años creía que no llegaría a cumplir.
Antes de despedirse en la última sesión me dijo “Antes cuando veía esos anuncios del tipo conócete a ti mismo, pensaba ¡qué ridiculez! Y ahora que me he quitado unas cuantas capas de encima, apenas empiezo a conocerme”
Me escribió por email desde los pirineos “cuando me levanto por las mañanas y veo este paisaje tan hermoso, tan amplio, me amo por haberme dado permiso de estar aquí, gracias a la vida y también a ti por este proceso. Me siento como enamorada,¡ ahora sí! Pero¡¡ libre de ansiedad!!”
Y tú, ¿te atreves a des-cubrirte? Será un honor acompañarte.
Sabina Concepción Martínez. Publicado en la Revista Universo Holístico, Diciembre 2017