AÚN CON CULPA, ELIJO VIVIR…

Y Otras Formas de Salir de la Trampa.

La sensación de sentirse culpable es quizás uno de los sentimientos humanos más corrosivos y autodestructivos, que todos, en mayor o menor medida, hemos experimentado más de una vez.

Quizá, de entrada, pueda parecer exagerado utilizar tan viles adjetivos, lo cierto es que la culpa tiene muchas máscaras y condiciona enormemente nuestra vida, pudiendo llegar a enfermarnos física y emocionalmente.

En el sistema de Bach, la reina elegida para trabajar sobre este tema sería la esencia floral de Pino, que nos permite sanar esos dañinos sentimientos de culpa, nos conecta con el auto perdón para continuar sin remordimientos, liberando nuestra capacidad de pensamiento y acción, soltando lo inútil, lo que nos limita, nos censura y nos hace sufrir,  para expresarnos y ser en libertad.

¿Acaso es que si me siento culpable no actúo o me expreso con libertad? Efectivamente. La culpa inevitablemente condiciona y censura.

Sentirse culpable, es sentirse mal con uno mismo por considerarse responsable de algo que tuvo un mal resultado, al menos para alguien, por lo que suele haber algún afectado: la víctima de nuestra mala actuación.

Por tanto, nos reprochamos, de alguna manera nos sentimos en deuda, ante la cual, la tendencia suele ser intentar compensar al otro por el agravio causado, y así aliviar nuestro sufrimiento interior. Esto puede conllevar desde compensaciones económicas hasta un comportamiento servicial que ayude a remediar nuestra falta.

Si todo acabara aquí, hasta podríamos concluir que la utilidad de la culpa es procurar Justicia para todos, dándonos la oportunidad de enmendar nuestras faltas, y todos contentos: el lastimado es compensado y nuestra consciencia expiada. La cuestión es que este virtual sistema judicial no funciona así de sencillo.  Quien hace la Ley hace La Trampa.

Introduzcamos el tema con estos cuatro puntos:

1. El agraviado, no siempre es otro u otros. Podemos sentirnos culpable de haber cometido una falta que sólo nos atañe a nosotros mismos porque hemos quebrantado alguna norma o ley, o al menos nuestro inconsciente la considera como tal: “no me perdono haber elegido mal mi profesión”, “qué vergüenza dormir hasta tan tarde en mi día libre”, “no me perdono no haber rechazado ese trabajo, llevo tanto tiempo quemada, qué mala elección la que hice…”, “qué vergüenza haber disfrutado de esa manera con mi propia sexualidad, me siento fatal ahora”...

Nuestro propio juicio puede llegar a ser implacable: en terapia floral ¿estaríamos hablando de la autocrítica tipo Haya (Beech)?… ¿o de la severidad implacable y autocastigadora de Agua de Roca (Rock Water)

2. Para sentirnos culpables no necesariamente hemos tenido que cometer una falta: la aflicción se siente igual tanto si la culpa es real, como si es imaginaria, por ejemplo sólo con pensar o desear algo “malo” o “posiblemente malo”, sin haberlo llegado a realizar.

3. Si durante la gestación mamá se sintió culpable por algo, al bebé se le graba esta sensación. Si el sufrimiento de mamá por el propio parto, ya nos genera culpa, se incrementa si fue un parto especialmente doloroso, si hubo complicaciones que le dejaran secuelas, o peor aún si murió “por causa nuestra”.

O si nuestra llegada no fue deseada, no nos esperaban tan pronto y les fastidiamos sus planes, si por ejemplo mamá tuvo que dejar de lado su proyecto profesional para dedicarse a nosotros, si el embarazo fue motivo de la ruptura de la pareja, o se generó cualquier situación en la que nos sentimos una carga.

Estas situaciones son ejemplos que generan deuda emocional, que aunque jamás nadie lo haya verbalizado, a niveles profundos, inconscientes, lo sabemos y entonces nos sentimos deudores.

4. También es posible que carguemos con la culpa de otro.

Esto, en descodificación biológica lo llamamos conflicto por identificación, que es cuando empatizamos tanto con el otro o le amamos tanto, que nos “cargamos con su cruz”, tal y como hizo Jesús por nosotros.

En este punto aprovecho para hablar de la culpa heredada: son las conocidas fidelidades familiares inconscientes. En sistémica es el “yo como tú”.

Probablemente la culpa por fidelidad pueda ser menos evidente a simple vista, y resulte más fácil identificarla a través del comportamiento y las situaciones que genera, antes que por el propio sentimiento de culpa.

La cosa se va poniendo interesante. Y es que la culpa es un tema complejo y extenso. Hay un gran abismo entre actuar con responsabilidad y sentido común, y el sufrimiento de sentirse culpable.

Cuando actuamos con responsabilidad, cuando somos conscientes de nuestros actos, de la interrelación de nuestra actuación con los implicados, procedemos con sensatez, es decir, desde el yo adulto

Sin embargo en la culpabilidad, hay una sensación desagradable hacia uno mismo, nos sentimos no merecedores, pudiendo ser desproporcionada la intensidad del sentimiento con la falta cometida, llegando a la sumisión (yo infantil), al auto castigo consciente o inconsciente (padre castrador o castigador).

Para colmo, como por más que hagamos para compensar, nunca parece suficiente, llegamos a la desvalorización y al agotamiento.  Todo esto nos desempodera. Y obviamente, este enmarañamiento de existencia no tiene utilidad alguna, ni a nivel individual, ni a nivel colectivo.

Probablemente si nos preguntamos por el origen de la culpa, la primera imagen que nos llega, si nos han educado en la fe judeocristiana, es la de Adán y Eva.

Recordemos que ante su desobediencia, la sentencia del Juez Supremo implicó, además de la expulsión del Paraíso, la muerte física (polvo eres y en polvo te convertirás), el dolor (parirás con dolor), la vergüenza  (al verse desnudos sintieron vergüenza y cubrieron sus cuerpos con hojas de parra) y el trabajo duro (ganarás el pan con el sudor de tu frente).

Subir al inconsciente colectivo esta historia, nos conecta a todos con la idea de que desobedecer es algo malo, y además por herencia ya somos culpables, logrando grabarnos a fuego desde que encarnamos en este mundo la sensación de haber cometido ya un delito, de ser deudores, heredando junto con esta culpa, el impulso de tener que subsanarla.

¿Cómo creemos enmendar? A través de la obediencia y la servicialidad, de pagar con mucho trabajo y esfuerzo, con dificultades y dolores de todo tipo, y en definitiva, vivir expulsados del Paraíso, el Edén, la Felicidad o como cada uno quiera llamarle.

Con mucha frecuencia se señala a Adán y Eva como los primeros pecadores, los culpables de ese sacrificado destino que hemos heredado.

Sin embargo ellos son sólo los protagonistas de la historia. ¿Quién o qué es entonces el autor (o editor) de la historia? ¿Y sobre todo para qué? ¿Para lograr una sociedad mansa, obediente, censurada y manipulable, que dedique su existencia a trabajar incansablemente, a la búsqueda desesperada de la Felicidad perdida, que nunca hallará, puesto que en el fondo no se siente merecedora?

Sin embargo, el origen de la culpabilidad se remonta todavía más atrás en el tiempo, mucho antes de la llegada de las religiones: es algo ancestral, arcaico. Y como todo lo arcaico, tiene una función o utilidad biológica, de supervivencia. Porque en la época de las cavernas, el hombre o vivía “en manada” o era hombre muerto. El sentido de pertenencia es vital, y en este sentido transgredir las normas del clan, podría suponer la exclusión, y por consiguiente, verse expuesto a los depredadores.

En La Lógica del Síntoma de Laurent Daillie, podemos leer: “…la Madre Naturaleza no se ha olvidado de elaborar algunos mecanismos totalmente geniales para evitar que cometamos errores y seamos sancionados por ellos, principalmente la culpabilidad y la desvalorización. Estos dos avatares esenciales que podemos considerar que son exclusivos de la psicología humana (es decir, el ‘superego’) son en realidad mecanismos perfectamente bio-lógicos que conciernen a todos los animales sociales. … he bautizado a estos dos resentires arcaicos como la ‘Policía Interior’”.

El autor habla también del sentimiento de culpa por algo que aún no hemos cometido, llamándolo miedo anticipatorio a la sanción, que nos previene precisamente de cometer el delito, instándonos a “verificar siempre previamente si lo que tenemos intención de ser o no ser; de hacer o no hacer;  de decir o no decir; e incluso de pensar o no pensar es compatible con el reglamento”.  Lo que popularmente hoy conocemos como “el qué dirán”.

¿Es natural entonces sentirse culpable? El miedo a saltarse el reglamento es arcaico. Hay una serie de leyes de base que también son arcaicas, que penalizan, por ejemplo, el robo, el incesto, el asesinato.  Esto tiene una lógica coherente con la vida, una utilidad como decíamos al inicio: procurar justicia para todos, promover cooperación, solidaridad, sentido común y prolongar así la existencia humana en este planeta.

El problema es que, con el tiempo, a este reglamento de base, se le han ido añadiendo más y más reglas al inconsciente colectivo. ¿Cómo? Sólo tienes que saber cómo introducir instrucciones en el software para hacer que el pc genere determinada llamada a la acción, que ejecutará el usuario creyendo en todo momento que ha sido su propia iniciativa. Ahí está la clave: en conocer el lenguaje de programación del inconsciente humano.

Los sistemas de poder, a través de las religiones y los medios, han sabido cómo filtrar leyes virtuales que nada tienen que ver con asegurar un orden social, ni mucho menos fomentar una evolución espiritual en la comunidad humana, sino que incluso muchos de los mensajes van contra natura profesando, por ejemplo, que para ser digno de entrar en el Reino has de ser pobre y casto.

¿Será por eso que la Naturaleza (creada por Dios) es rica y abundante? ¿Será por eso que nuestra biología humana (creada por Dios) tiene impulsos sexuales independientemente de si la hembra está o no ovulando y para colmo nos premia con el orgasmo?

¿Qué objetivo real tiene esta censura? ¿Es el erotismo uno de los paraísos perdidos?

Cierra los ojos e imagínate en un lugar paradisíaco, con una vegetación exuberante, repleta de manjares, un clima perfecto, un hermoso lago para recrear tu vista y refrescarte… ¿tu sensación interna es agradable o desagradable? ¿Me equivoco si no puedes evitar una sonrisa?

Imagínate ahora en un inmenso desierto, a pleno sol, todo inhóspito y estéril, a tu alcance no hay nada, ni un charquito de agua sucia… ¿Cómo es ahora tu sensación? ¿Deprimente? ¿Desoladora? ¿Adivinas por qué?

Tu propia biología sabe que la prosperidad es importante para la salud propia y por supuesto para la del clan. La prosperidad, la abundancia es sinónimo de salud, de auge, de vida. Y la pobreza, es sinónimo de hambre, de enfermedad, de  extinción. 

Ocurre lo mismo con la sexualidad. Vivir una sexualidad sana y responsable es sinónimo de salud, de vitalidad, de sensación de goce y bienestar.

Así que si te sientes culpable por cosas que no perjudican a nadie, sino que simplemente trasgreden un reglamento virtual, como “dormir lo suficiente para recuperarte…”, “rechazar un trabajo que no va contigo”, “vivir tu sexualidad”, “regalarte unas buenas vacaciones”, “dejar de ocuparte de las tareas de otros”, etcétera… revisa esas leyes imaginarias que puedan estar grabadas en tu inconsciente.

Si a todo lo mencionado hasta ahora, añadimos las normas y creencias particulares de cada hogar inculcadas principalmente por mamá y papá, pero que también contribuyen abuelos, tíos, profesores, sacerdotes etc… Al final nos podemos encontrar con un régimen bastante opresivo, un rígido corsé que nos dificulta respirar, movernos y hasta pensar con libertad.

Y aquí es importante recordar no sentir a la familia como la culpable de nuestras culpas, ya que en su momento, aunque sea a generaciones pasadas, seguir algunas de esas pautas les salvó la vida o al menos lograron buenos resultados. La cuestión está en  que hoy día pueden estar fuera de contexto, desfasadas, caducas.

En cuanto a la intención de manipulación, recordemos también que no todos actúan con el propósito de conducirte a la trampa. Muchas veces procedemos con la mejor intención del mundo sin ser conscientes de nuestro propio condicionamiento, completamente ingenuo, de estar siendo marionetas de quienes realmente mueven los hilos. Y todos estamos incluidos. Estemos atentos para no dejarnos atrapar, ni atrapar a otros sin pretenderlo.

Ahora bien, ¿cómo podemos liberarnos de este irreal régimen que nuestro inconsciente se toma al pie de la letra y que condiciona nuestra existencia? ¿Cómo podemos identificar la culpa? ¿Y sobre todo cómo podemos tratarla? ¿Por dónde empezamos: tratando la culpa o sus efectos secundarios?

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No hay respuestas ni tratamientos universales. Cada uno tiene su propia historia, y la irá desgranando según lo prioritario, según lo que alcance a gestionar en cada momento.

El acompañamiento con descodificación biológica es una excelente elección, ya que es una terapia como yo digo, de amplio espectro: trabajamos desde las vivencias del consultante, hasta el proyecto sentido gestacional y las fidelidades familiares que están en correspondencia con el síntoma. Liberamos el resentir profundo del cuerpo, que actúa como guía y como llave de acceso al inconsciente, para que los programas que este ejecute estén en coherencia con la Vida con mayúsculas, la que de verdad queremos desde nuestro Ser.

En mi práctica profesional a este acompañamiento le sumo la terapia con esencias florales, que actúan como catalizadoras e integradoras del proceso.

Enumeremos brevemente las diferentes máscaras de la culpa y algunas sugerencias florales:

  • Actitud sumisa, obediente, dejamos de lado lo nuestro para priorizar las peticiones de los demás: Centaura ( Centaury).
  • Alto sentido del deber, híperresponsabilidad, personas trabajadoras en exceso: Roble (Oak)
  • Sensación de ser merecedores de un castigo: Agua de Roca (Rock Water), Nogal (Walnut).
  • Sentir que somos víctimas de situaciones injustas provocadas por otros o por la vida: Sauce (Willow).
  • Sensación de vivir bajo la influencia de algún maleficio, de tener mala estrella… por los continuos eventos de mala suerte que nos ocurren: Nogal.
  • Pedir perdón o disculpas continuamente o de forma exagerada por insignificancias discúlpeme si me siento, perdóname si te estoy aburriendo, disculpa no quiero molestar: Pino.
  • Sensación de desvalorización: Alerce (Larch)
  • Sentirse sucio, pecador, necesidad exagerada de limpiar su propio cuerpo o su casa: aquí me inclino hacia una combinación de Manzano Silvestre (Crab Apple) y Pino.

La verdad es que casi en cualquier caso, además de las indicadas para cada situación, añadiría Pino. ¿Quién está libre de toda culpa?

Para salir de la trampa, lo primero es empezar a identificarla, e ir tomando nota de las distintas piezas de nuestro puzle. Tomar consciencia es el primer paso. Y el siguiente, pasar a la acción.

Pero muchas veces, el peso de la culpa es tal, que nos vemos obligados a ir sobreviviendo como de espaldas a la propia vida. Y esa decisión de dejarla atrás implica todo un proceso, cuyo primer impulso para darnos la vuelta a mirar, estar y tomar nuestra Vida, ha de surgir desde un movimiento interior, impulso que  podemos iniciar con un Aún con culpa ¡elijo Vivir!

Sabina Concepción Martínez. Publicado en la Revista Universo Holístico, Septiembre 2017

¿Te animas a iniciar tu propio proceso?

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