Sé Fuerte, la armadura que te pesará llevar

Cuando alguien pasa por una situación devastadora solemos ofrecerle las palabras mágicas: Sé fuerte.

Es lo que todos hemos escuchado o dicho en  momentos difíciles. Y la intención es buena, seguro que sí. Peeero, es que eso de animarme a ser fuerte a toda costa tiene su gran pero. ¿Es realmente lo que necesitamos escuchar?

Vamos a ponernos en situación para verlo.

Imagina que estás viviendo algo que te está sacudiendo. Quizá la muerte de alguien muy querido, quizá el dolor de un divorcio, quizá la pérdida del negocio donde has invertido tus mejores años y ahorros… 

Estás ahí, todavía en shock en medio de la situación, y viene alguien con su muy buena intención y te dice «sé fuerte». O te lo repites a ti misma «sé fuerte». Ahora dime:

¿Qué sientes ahí adentro en tus tripas cuando escuchas esto?

Pero, de verdad, cierra los ojos y ponte en la escena.

¿Esa sensación en tus tripas se parece a una liberación o alivio?

¿O es más bien como una presión o una carga pesada? 

Apuesto a que es lo segundo. Este ejercicio es maravilloso para que testemos las frases que decimos a otros. Y también para testar los mensajes que nos damos a nosotros mismos.

Volvamos a lo que hoy nos trae por aquí.

Las experiencias que vivimos a lo largo de la vida nos cambian. Para bien o para mal nos moldean, nos transforman. 

Y que sea para bien o para mal no depende de que la experiencia sea bonita o desagradable, no. Depende (y mucho) de nuestra interpretación de esa situación y de cómo la atravesamos.

Cuando algo nos sacude experimentamos un torbellino de emociones y sensaciones. Y necesitamos tiempo y quietud para digerir y procesar.

Repito por si has leído esto demasiado rápido: cuando algo nos sacude, necesitamos tiempo y quietud para digerir y procesar el torbellino de emociones y sensaciones que experimentamos.

Forzarte a ser fuerte es como ponerte una armadura de hierro para no sentir nada de lo que estás sintiendo, para que no te afecte (ni se te note) nada de lo que estás viviendo. No vaya a ser que llores amargamente. No vaya a ser que enfurezcas de frustración. No vaya a ser que mandes todo o a todos al carajo. 

O peor aún, no vaya a ser que te derrumbes por unos días.

Y me pregunto yo, y te invito a que te hagas las mismas preguntas:

  • ¿Me va a pasar algo terrible si lloro?
  • ¿Es sano esconder mi frustración y mi rabia?
  • ¿Es pecado mandar algo o alguien al carajo si es necesario?
  • ¿Se va a parar el mundo si me permito derrumbarme?

Cuando vivimos una situación complicada es lógico y natural permitir todo esto. ¿Qué es lo peor que puede pasar si me lo permito?

En serio, cierra los ojos y hazte la pregunta: ¿Qué es lo peor que puede pasar si me permito llorar, mostrar mi frustración, mi ira y derrumbarme?

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Quizá te ayude más quedarte en silencio, llevando toda tu atención y tu respiración a tus sensaciones corporales, atenta a los mensajes que surjan. 

Quizá te sientas más cómoda escribiendo lo que vaya aflorando. Tus respuestas te pueden dar muchas pistas de por dónde empezar a tirar del hilo.

El problema de llevar una armadura de hierro no es solo que bloquea el dolor; también bloquea todo lo demás. Al principio, aunque te limite el movimiento y te cueste avanzar, sientes que puedes cargar con ella. Pero con el tiempo, se vuelve cada vez más pesada. 

Te acostumbras tanto a llevarla que olvidas que está ahí, y mientras tanto, tu cuerpo se agota, tus emociones se atrofian, y terminas aislada, desconectada de la vida que te rodea.

Cuando sientes dolor, rabia o tristeza, lo mejor que puedes hacer es darte el permiso de sentir eso tal y como lo estás sintiendo. Lo mejor que puedes hacer es entregarte a ese sentir, aunque sea desagradable, incómodo y doloroso. 

Porqué entonces ese malestar solo durará unos minutos. O a lo sumo algunos días.

Y cuando se pase, porque si te permites vivirlo es cuando por fin se va a pasar, es entonces cuando surgirá en ti la fuerza y la energía para atender tu vida.

Todo esto te permite transitar de verdad una situación demoledora. No de puntillas para que se pasen los días y la mente olvide. 

Porque la mente olvida, sí. Pero tu cuerpo no.

Tu psique arcaica  — esa parte inconsciente que se encarga de la supervivencia— no olvida lo que no resolvemos. Ella mantiene todo bien archivadito: aunque te dé tregua de vez en cuando, no tardará en empezar a hablarte, gritarte o zarandearte, según vea la atención que le prestas. 

Transitar un duelo del tipo que sea, es entregarte a vivir todo lo que te está trayendo, haciéndolo de la mejor manera que puedas.

Si no me permito sentir lo que en realidad siento, y me lanzo a seguir «atendiendo la vida» como vía de escape como si no pasara nada, entonces no voy a estar en la realidad, sino huyendo de mi dolor interior con una rutina ficticia, vacía y sin sentido.

Así que no temas permitirte sentir. Atrévete a soltar la máscara de la fuerza y abrazar tu vulnerabilidad. En ella encontrarás tu verdadero poder.

Pero esto es lo que yo creo. Me gustaría saber qué opinas tú. ¿Me lo cuentas?

Escríbeme y te leo

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